Desde que comenzó la invasión británica, los aborígenes han visto cómo su tierra les era arrebatada o destruida. Hasta 1992, año en que fue finalmente anulado, el principio legal en relación a la tierra aborigen vigente en las leyes británicas y luego en las australianas era el de “terra nullius”, que significa que la tierra había estado vacía hasta la llegada de los británicos, que no pertenecía a nadie y que por tanto podía ser ocupada legítimamente.
En la actualidad, la mayor parte de esta tierra aún debe ser devuelta, y su pérdida ha tenido un efecto devastador a nivel social y psicológico entre los aborígenes.
Las primeras invasiones también desencadenaron enormes epidemias que mataron a miles de aborígenes; otros muchos fueron masacrados. En tan sólo cien años desde la primera invasión de su tierra, su número se redujo de aproximadamente un millón a sólo 60.000.
A la gran mayoría de las familias aborígenes les quitaron hijos y en algunos casos eso se repitió varias generaciones. Muchos niños nunca volvieron a ver a sus padres y hoy en día todavía muchos los buscan.
A las familias que opusieron resistencia las sancionaban y castigaban cruelmente a los niños robados por hablar el idioma de sus padres o intentar huir y regresar a su familia.
El gobierno robaba principalmente a los niños de raza mixta, es decir, de piel clara. Los capacitaban para trabajar de sirvientas o trabajadores agrícolas, y les forzaban a rechazar su identidad y cultura.
La población actual es de unos 200.000 habitantes que residen en el territorio de Australia. Esta cultura está amenazada por la minería, la explotación y el turismo.
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